Si a tu año personal le corresponde la siguiente
tarea de Hércules es que será un año Géminis. Léela las veces que
sea necesario, sabiendo que puede ser que la primera vez no te diga nada, pero
si perseveras llegará el momento que te revelará cual es tu misión o las
respuestas que estés buscando.
Recogiendo
las Manzanas de Oro de las Hespérides
El Gran Presidente, dentro de la Cámara del Concilio del Señor, había
vigilado los trabajos del hijo del hombre que es un hijo de Dios. ÉI y el
Maestro vieron el tercer gran Portal, abierto ante el hijo del hombre,
descubriendo una nueva oportunidad para andar el camino.
Ellos advirtieron cómo el trabajador apareció y se preparó para
emprender su tarea.
"Ordeno que cuiden el árbol sagrado. Que Hércules desarrolle el
poder de buscar sin desmayo, decepción o demasiada presteza. Que se le exija
ahora perseverancia. Ha cumplido bien hasta ahora". Y así salió la orden.
Lejos, en una región distante, crecía el árbol sagrado, el árbol de la
sabiduría, y en él crecían las manzanas de oro de las Hespérides. La fama de
estas dulces frutas había llegado a tierras distantes, y todos los hijos de los
hombres, quienes se sabían que eran asimismo los hijos de Dios, las deseaban.
Hércules, también sabía de esas frutas, y cuando salió la orden de buscarlas
buscó al Maestro, preguntándole el camino para ir y encontrar el árbol sagrado
y recoger las manzanas.
"Dime el camino, Oh Maestro de mi alma. Yo busco las manzanas y
las necesito rápidamente para mi provecho. ¡Muéstrame el camino más rápido y YO
iré!”
"No es así, hijo mío”, replicó el Maestro, "el camino es
largo. Sólo dos cosas te confiaré, y luego a ti te corresponderá probar la
verdad de lo que digo. Recuerda que el árbol sagrado está bien custodiado. Tres
hermosas doncellas aprecian el árbol protegiendo bien su fruto. Un dragón de
cien cabezas protege a las doncellas y al árbol. Guárdate bien de la fuerza
demasiado grande para ti, de los engaños demasiado sutiles para tu comprensión.
Vigila bien. La segunda cosa que te diría es que tu búsqueda te llevará donde
te encontrarás con cinco grandes pruebas en el camino. Cada una te
proporcionará el ámbito para la sabiduría, la comprensión, la destreza y la
oportunidad. Vigila bien. Me temo, hijo mío, que tú fracasarás en reconocer
estos puntos sobre el Camino. Pero sólo el tiempo lo mostrará; Dios te acompaña
en tu búsqueda".
Con confianza, porque pretendía el éxito no el fracaso, Hércules salió
al Camino, seguro de sí mismo, de su sabiduría y fuerza. Pasó a través del
tercer Portal, yendo rectamente al norte. Anduvo por toda la tierra buscando el
árbol sagrado, pero no lo encontró. A todos los hombres que vio les preguntó,
pero ninguno le pudo conducir a él, nadie conocía el lugar. El tiempo pasó, no
obstante, buscaba todavía de lugar en lugar y volviendo muchas veces sobre sus
pasos hacia el tercer Portal. Triste y desanimado, buscaba, por doquier.
El Maestro, vigilando desde lejos, envió a Nereo para ver si podía
ayudar. Éste, vino repetidas veces en forma variable y con diferentes palabras
de verdad, pero Hércules no respondía, ni sabía que el mensajero era para él.
Aunque era hábil con la palabra y sabio con la profunda sabiduría de un hijo de
Dios, Nereo fracasó, pues Hércules estaba ciego. No reconoció la ayuda tan
sutilmente brindada. Presentado de nuevo al fin con tristeza al Maestro, Nereo
habló del fracaso.
"La primera de las cinco pruebas menores ha pasado",
respondió el Maestro, "y el fracaso caracteriza esta etapa. Que Hércules
prosiga".
No encontrando el árbol sagrado en el camino del norte, Hércules
volvió hacia el sur y en el lugar de la oscuridad continuó con la búsqueda. Al
principio soñó con un éxito rápido, pero Anteo, la serpiente, le encontró en
ese camino y luchó con él, venciéndole en todas las ocasiones.
"Ella custodia el árbol”, dijo Hércules, "esto se me dijo;
el árbol debe estar muy cerca de ella, debo acabar con su guardián y así,
destruyéndolo, abatir el árbol y coger el fruto". Sin embargo, a pesar de
luchar con mucha fuerza, no triunfó.
"¿Dónde está mi falta?” dijo Hércules. "¿Por qué Anteo puede
vencerme? Si aún cuando niño yo destrocé una serpiente en mi cuna. Con mis
propias manos la estrangulé. ¿Por qué fracaso ahora?”
Luchando nuevamente con todo su poder, asió la serpiente con ambas
manos, elevándola en el aire y alejándole del suelo. ¡He aquí la hazaña fue
hecha!: Anteo, vencido, dijo: "Yo vengo otra vez con diferente apariencia
en el octavo portal. Prepárate de nuevo para luchar".
El Maestro, contemplando desde lejos, vio todo lo sucedido, y habló al
Gran Presidente en la Cámara
del Concilio del Señor, refiriéndole la hazaña. “La segunda prueba ha pasado.
El peligro ha sido superado. El éxito obtenido en esta ocasión marca su
sendero". Y el Gran Presidente respondió: "Que siga adelante".
Feliz y confiado, Hércules continuó, seguro de sí mismo y con nuevo
ánimo para la búsqueda. Se volvió hacia el oeste ahora y, al volverse, encontró
el desastre. Entró sin pensar en la tercera gran prueba y el fracaso le
encontró y demoró su avance por largo tiempo.
Pues allá encontró a Busiris, el gran engañador, hijo de las aguas,
pariente cercano de Poseidón. Su trabajo es conducir a los hijos de los hombres
al error, a través de palabras de aparente sabiduría. El afirma conocer la
verdad y con rapidez ellos creen. Habla bellas palabras diciendo: “Yo soy el
maestro. A mí me ha sido dado el conocimiento de la verdad y debéis hacer
sacrificio por mí. Acepten el camino de la vida a través mío. Yo sé pero nadie
más. Mi verdad es justa. Cualquier otra razón es errada y falsa. Escuchen mis
palabras; permanezcan conmigo y serán salvos". Y Hércules obedeció, y
diariamente, debilitándose su entusiasmo por el camino primitivo (la tercera
prueba) no procuraba nuevamente conseguir el árbol sagrado. Su fuerza se agotó.
El amó, adoró a Busiris, y aceptó todo lo que éste dijo. Su debilidad crecía
día tras día, hasta que llegó un día en que su amado maestro le amarró a un
altar y lo mantuvo atado durante un año.
De pronto un día, cuando estaba luchando para liberarse, y lentamente,
viendo a Busiris por cuya causa estaba en ese trance, vinieron a su mente unas
palabras dichas por Nereo hacia largo tiempo: "La verdad está en ti mismo.
En ti hay un poder, una fuerza que yace allí, el poder que es la herencia de
todos los hijos de los hombres que son los hijos de Dios". Quieto, yació
prisionero en el altar, atado a sus cuatro esquinas por un año entero.
Entonces, con la fuerza que es la fuerza de todos los hijos de Dios, rompió sus
ataduras, asió al falso maestro (que había parecido ser tan sabio) y lo ató al
altar en su lugar. No le dijo nada, pero le dejó allí para aprender.
El vigilante Maestro, desde lejos, advirtió el momento de la
liberación, y volviéndose hacia Nereo le dijo: "La tercera gran prueba ha
pasado. Tú le enseñaste cómo encontrar la salida y a su debido tiempo él supo
encontrarla. Que siga adelante en el sendero y aprenda el secreto del
éxito".
Aleccionado, y sin embargo con un alivio lleno de interrogantes,
Hércules, continuó con su búsqueda y recorrió mucho camino. El año que pasó
inclinado en el altar le había enseñado mucho. Retornó con mayor sabiduría a su
senda.
Repentinamente, detuvo sus pasos. Un grito de profundo dolor hirió sus
oídos. Algunos buitres dando vueltas sobre una roca distante llamaron su atención;
entonces, nuevamente se oyó el grito. ¿Debía él proseguir su camino, o debía
buscar a aquél que parecía estar en necesidad y así retrasar sus pasos?
Reflexionó sobre el problema de la demora; un año se había perdido y sintió la
necesidad de apresurarse. Otra vez se oyó un grito rasgar los aires y Hércules,
con pasos rápidos, se apresuró a ir en ayuda de su hermano. Encontró a Prometeo
encadenado a una roca, sufriendo horribles agonías de dolor, causado por los
buitres que picoteaban su hígado, matándolo así poco a poco. Él rompió la
cadena que le sujetaba y liberó a Prometeo, persiguiendo a los buitres hasta su
distante guarida y cuidando del hombre enfermo hasta que se hubo recuperado de
sus heridas. Entonces, con mucha pérdida de tiempo, nuevamente comenzó a
ponerse en camino.
El Maestro, mirando desde lejos, habló a su aspirante a discípulo
estas claras palabras, las primeras palabras que le decían desde que emprendió
la búsqueda: "La cuarta etapa en el camino hacia el árbol sagrado ha
pasado. No ha habido retraso. La regla en el sendero elegido que apresura todos
los éxitos es, 'Aprende a vivir' ".
Aquel que preside en la
Cámara del Concilio del Señor, observó: "Él ha cumplido
bien. Que continúe con las pruebas".
En todos los caminos continuó la búsqueda, en el norte y en el sur, en
el este y en el oeste: Buscó el árbol sagrado, pero no lo encontró. Llegó un
día en que, cansado de viajar y con temor; oyó el rumor de un peregrino que
pasaba por el camino, "cerca de una montaña distante, el árbol sería
encontrado". La primera verdadera afirmación que se le daba hasta ahora.
Por lo tanto, volvió sus pies hacia las altas montañas del este y en brillante
y soleado día, vio el objeto de su búsqueda y apresuró entonces sus pasos.
"Ahora tocaré el árbol sagrado", gritó en su alegría, "venceré
al dragón que le custodia; veré las hermosas doncellas de grande fama, y cogeré
las manzanas".
Pero, nuevamente, fue retenido por sentimiento de profunda pena. Atlas
le hacía frente, tambaleante bajo la carga de los mundos sobre su espalda. Su
rostro estaba marcado por el sufrimiento; sus miembros curvados por el dolor;
sus ojos cerrados por la agonía; él no pedía ayuda; no vio a Hércules sino que
permaneció encorvado por el dolor, por el peso de los mundos. Hércules,
temblando, observó y estimó la medida de la carga y el dolor. Olvidó su
búsqueda. El árbol sagrado y las manzanas desaparecieron de su mente; solo
buscó ayuda al gigante, y eso sin tardanza; se arrojó hacia adelante y
ansiosamente quitó la carga de los hombros de su hermano levantándola sobre su
propia espalda, echándose a los hombros la carga de los mundos. Cerró sus ojos,
asegurándose con esfuerzo, y ¡he aquí! la carga rodó, y él se halló libre, y
también Atlas.
Delante de él estaba parado el gigante y en su mano sostenía las
manzanas de oro, ofreciéndolas, con amor, a Hércules. La búsqueda había
terminado.
Las tres hermanas sostenían aún más manzanas de oro, y lo instaban
también a recibirlas en sus manos, y Eglé, esa hermosa doncella que es la
gloria del sol poniente, le dijo, poniendo una manzana en su mano, "El
Camino hacia nosotras está siempre marcado por el servicio. Actos de amor son
hitos en el Camino". Luego Erytheia, que cuida la puerta que todos debemos
pasar ante el Grande que Preside, le dio una manzana, y en su costado, con luz,
estaba escrita la dorada palabra Servicio. "Recuerda esto", dijo,
"no lo olvides”.
Y finalmente llegó Hesperis, la maravilla de la estrella vespertina, y
le dijo con claridad y amor, "Sal y sirve, y anda por el camino de todos
los servidores del mundo, de aquí en adelante y por siempre jamás".
"Entonces yo restituí estas manzanas para aquellos que siguen la
misma ruta”, dijo Hércules, y regresó de donde vino.
Entonces se paró ante el Maestro y rindió debida cuenta de todo lo que
había acontecido. El Maestro le expresó su regocijo y luego, señalando con el
dedo, indicó el cuarto Portal y le dijo: "Pasa a través de ese Portal.
Captura la gama y entra una vez más en el Lugar Sagrado".
El
tibetano
Del libro Los trabajos de Hércules de Alice Bailey
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